A G. Sarmiento.
Me preguntas, Gregorio:
¿Cómo he llegado aquí,
a este extremo que mi horizonte cierra?
Recuerdo que pasé,
sí, pasé por esta tierra
que -dicen- es Edén…
No encontré ruiseñores en el jardín,
ni arroyuelos de leche o miel,
tampoco huríes
de bellos ojos verdes
y alabastrina piel
y, mucho menos un Ángel,
o un Querubín;
sólo serpientes y cuervos
que al pasar me miraban
de perfil,
claras dejando así
sus intenciones.
No obstante, amigo mío, yo proseguí;
me acompañaban, ¡eso sí!
mis negros nubarrones.